Empecemos por poner en común algunos
conceptos:
Entendemos por ‘educación’ todo el conjunto de
mensajes e información que recibe cada individuo a lo largo de su vida. No es
solo la ‘educación formal’ que se diseña intencionalmente y se difunde a través
de escuelas y universidades. La educación de cada individuo tampoco se limita a
la recepción de valores en el ámbito de la familia (esa institución social en vías
de extinción, en nuestras sociedades modernas).
Todo nos educa. Desde la forma de tomar un
sándwich de la persona sentada a nuestro lado, hasta la valla publicitaria y el
primer plano en una película. Todo genera una reacción. Todo es interpretado y
forma parte de nuestra visión del mundo.
Toda percepción moldea nuestra mente, y nos
habla del medio en el que vivimos, en el que debemos sobrevivir y alcanzar, o
no, nuestros deseos. Y el aprendizaje es, esencialmente, un proceso de adaptación
a este medio. Puede implicar la memorización de información crucial (por eso es
que los recuerdos traumáticos se imprimen mejor que los triviales), la fijación
de opiniones, el desarrollo de habilidades, temores... Y también desecharlos.
Claro esto, nos atrevemos a afirmar que el
sistema social y político en nuestras sociedades, como todo aquello que reconocemos
“real”, es también un elemento educador de nuestros ciudadanos. Como educador,
nuestro sistema dispone de medios de premio y castigo, que conducen hacia una
mayor libertad individual o hacia la exclusión y, en consecuencia, a una mayor
o una menor probabilidad de supervivencia. Se trata de medios legales e
ilegales, públicos y confidenciales. Todos los que podamos reconocer.
Y ‘el sistema’ es, a nuestro juicio, un
educador poderoso, capaz de moldear conductas con suficiente éxito, generación
tras generación, como para perpetuar, por ejemplo, comportamientos corruptos y
egoístas.
Parte del drama de nuestra sociedad moderna radica
en que los medios que el sistema social, político y económico ofrece para la
supervivencia están muchas veces en contradicción con los valores humanos que tradicionalmente
hemos fomentado desde nuestras familias, escuelas e iglesias.
Y en ese mismo sentido, parte indispensable de
la solución a los problemas de nuestra sociedad moderna pasa por alinear lo que
queremos con lo que tenemos, los valores que fomentamos, nos alegran y
esperanzan, con el funcionamiento real de nuestras sociedades, entendiendo que
la educación es un proceso que se extiende a lo largo de todas nuestras vidas,
y de todas nuestras relaciones humanas, amorosas, económicas, políticas… De
todo el proceso de socialización. Y que la educación de todos, finalmente, es
tarea de todos.
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